Una miradita no basta para explicar aquello que se siente al ver a un montón de gente parada esperando con ansias la acción de personas en una cancha.
Estefania Jiménez
Muchedumbre, puestos de comida, vendedores, gritos, en el centro de todo esto, un lugar que mirado desde fuera impone un significado asombroso. No solo es un recinto deportivo, para muchos y para Jalisco, este es un lugar emblemático, histórico, pasional, donde se dejan lágrimas y amores.
Las personas apresuradas llegan dos o tres horas antes a este lugar, pues el comienzo es desde mucho antes de que el balón este en el suelo. Existen diversos rituales en este lugar, primero están los apasionados que llegan a comer para poder disfrutar con el corazón contento, estos se escabullen entre los puestos buscando entre olores al exquisito manjar. Ya sea una torta de mole calientita (o enmolada) con cebolla desflemada, una torta ahogada con chile.
Pasando de la glotonería, están aquellos que prontamente hacen fila para ser los primeros en ingresar, elegir lugar es todo un arte. Están también esos que entre las multitudes “venden boleto”, esos que en ratos están dentro, en las esquinas o entre las filas: “¡Compro boleto!, ¡Vendo boleto!, ¡Busca boleto!”, unas de las palabras más escuchadas dentro de la aglomeración que está esperando impaciente ingresar.
Cuando se abren las rejas, se entra con velocidad máxima, aquí surgen dos opciones ir a tu escalera más cercana o, diseñar un plan para, apresuradamente, ir a aquella donde puedes ingresar y tener un mejor lugar. Del ingreso, se aprecian las escaleras en cubo, las cuales abren paso a los dos pisos que tiene el estadio, el primero, es la zona más vieja, en esta parte los lugares para centrase son pequeñas butacas juntas de color blanco o rojo. En la parte superior, se encuentran largas hileras como pequeñas bardas, las cuales separan los lugares con una pequeña viga acomodada de manera vertical.
Entrar es simple, tienes una puerta de ingreso y un par de escaleras para llegar a la sección que te corresponde para después seleccionar tu lugar. Aquellos que no pasan por alto su llegada, son los primeros en entrar y buscan sentarse en una de las tres primeras hileras, en la dirección que de justo al centro de la cancha, esto para tener una mejor visión de lo que suceda durante el partido.
Mientras entran los aficionados, los vendedores no se hacen esperar, “Bolis”, “¡Cerveza!”, “¡Papas!”, los precios son para casi todo fijos, aquellos que van en familia, le compran a los niños que comer y un refresco para que se queden sentados un ratito. Otros no muy vivos, que van con su pareja, terminan gastando para dos. Los amigos, se mandan unos por cerveza y otros se quedan gritándole al de las papas, además, son estos los que conversan con las personas que están sentadas a su alrededor.
Hablan de cosas que cualquiera diría que no tienen una importancia elevada. Decir que un equipo es el equitativo a otro, o que van, en palabras de los asistentes, “a valer madres y dirán adiós”, es la forma más concreta de crear un ambiente de hermandad apasionada. Que si el equipo califica, que si sube por que gana, si pierde descalifican y pasan otros: cosas que para un ser ignorante de este deporte cuestan trabajo entender.
Al poco rato comienza a llenarse el recinto, de pronto se acercan más vendedores, se acumula la gente, las filas están llenas, salen los jugadores a calentar, y comienza la euforia, gritos, silbidos, porras, un mar de ruido se genera de un momento a otro. Están calentando, y mientras esto sucede el público comienza a entrar en calor, se emocionan, el ambiente cambia, deja de ser algo relajado y se convierte en tensión, pero no de esa que da dolor de cabeza, sino de la que es contagiosa, esa tensión que te llama a gritar, a seguir el juego, a ser parte del folklore que esto representa.
Cuando comienza el encuentro, salen los contrincantes y es un mar de abucheos, mentadas de madre, los insultos suenan a lo largo y ancho del espacio. Presentan a ambos equipos, todo se convierte en ruido, niños, grandes y viejitos todos por igual montados en una pasión tan inmensa que es sorprendente de ver, no solo contagia, también intimida, es una energía tan engrandecida que cualquier cosa puede pasar.
Todos están atentos a lo que sucede, los niños gritan vamos equipo, cantan las canciones de la porra. La porra o mejor dicho “la barra” del equipo local, causan una sensación de estar en fiesta, tambores, cantos, gritos, banderas, colores, algo excepcional de ver. Cae la tensión cuando el equipo anfitrión pierde la pelota y las personas se tensan, caen en un espectro de agonía mutua que cae con toda la energía que prioriza al comienzo.
Las emociones son muy cambiantes, los niños apoyan a su equipo, no se enojan ni se preocupan, solo gritan: “Vamos, si se puede”, son tan dulces, esperanzados por gritar gol, atentos, fieles, pero sobre todo inocentes. En cambio los adultos, se aferran, gritan, mientan madres, insulta, cantan, apoyan, se molestan, se extienden a lo peor, un “vamos equipo” no es suficiente para ellos.
Los vendedores, dejan de pasar entre la gente, se limitan a los pasillos y las escaleras, a los que ya estaban desde un inicio, se les suman, los que tienen lonches, cecina y pizzas, es momento de la comida, la gente a pesar de estar enajenada en lo que sucede debajo, compran y comen sin medir o preocuparse por el costo o el sabor, simplemente acompañan su nerviosismo con un poco de comida.
Medio tiempo y de nuevo se aligera el ritmo, hay quejas y disgustos, pero la tranquilidad regresa, los goles del contrario duelen, pero la esperanza de ganar siempre está presente, “uno no se rinde hasta que se acaba”, los niños van al baño, los adultos aprovechan para estirase un poco, buscar al señor de las papas, las cervezas o incluso caminar un poquito. Regresan las pláticas entre vecinos de asiento, con la pareja o la familia, esto con una comodidad como si toda la energía al igual que el juego estuviera en pausa.
De nuevo gente entre porterías y todos regresan la atención al centro, desde este momento las posturas cambian, ya nos insultos son menos pesados, con más euforia pero menos coraje, dejan de gritar cada que alguien patea la pelota, la “barra” canta canción tras canción, no hay un momento de silencio, intentan incentivar al equipo a ganar, a hacer algo, a dejar de perder.
Los niños se ven cansados, un poco desilusionados pero siguen apoyando, se distraen con mayor facilidad, buscan comida o chucherías, los comerciantes, siguen pasando entre los lugares, pareciera que esta parte tiene menor importancia, incluso se ve menos personas con cubetas o cajas, las compras continúan pero la energía baja lentamente, no es de tristeza pero tampoco se les ve muy felices.
Suena el silbato del árbitro y finaliza el partido. Gritos, de nuevo porras y apoyo, la lógica en este lugar parece pasar al segundo plano, fotografías, risas, abrazos, como si lo mejor hubiera ocurrido. Salir es un caos. Pareciera que una manada está bajando las escaleras, todos apretujados, inundados en palabras “ni modo, no nos tocaba”, “pero los otros ni van a pasar”. Continua esta platica de camaradería.
Saliendo de las escaleras, de nuevo los puestos se inundan de gente, como si comer fuera del estadio sea una bendición. Otros tantos caminan a las calles cercanas en búsqueda de sus autos, la energía no se pierde, se extiende y sigue flotando en el aire. La euforia continúa, la gente sigue hablando, no pasa desapercibido nada de lo que ocurrió, aunque acaban de apreciarlo todos, se cuentan unos a otros lo que han visto, una especie de retroalimentación de los hechos.
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boginiesexu (viernes, 08 septiembre 2017 10:58)
nieprzymykanie